Amanda volvió a gritar, su voz quebrada, su garganta dolorida. Nadie podía oírla, nadie iba a salvarla, ni hoy... ni nunca. Su piel estaba amoratada por todos lados, su rostro cubierto por el cabello oscuro que se le pegaba lleno de sudor y sangre. Los golpes se sucedían, los empujones, las patadas. No quedaban lágrimas que pudieran acudir a sus ojos, no había nadie que llorara por ella. Su casa parecía grande comparada con aquel sucio servicio donde cada día... cada minuto... Con los ojos vacíos subió a su cuarto, la mochila tirada en la cama, los zapatos por el suelo. Se atrevió a mirarse en el espejo, y lo que vio sí la hizo llorar. Sus dedos acariciaron el reflejo, sus labios respiraron, sus palabras susurradas se esfumaron. -Yo te salvaré. Se giró hacia la ventana, miró el celeste cielo sobre ella, y luego el gris suelo bajo ella... Una última y triste sonrisa se asomó a su boca, luego, nada.
Aquella noche hacía frío, pero nosotros no podíamos sentirlo en nuestra habitación cálida. Recuerdo tu rostro, sereno, impasible, inalterable... irreal. Tu respiración tranquila, pesada por mi cuerpo sobre el tuyo, y la mía, agitada y revuelta. Dejé mi mejilla contra tu pecho desnudo, tomé de tu fragancia lo q nadie tomó, y aun sabiendo q no fui la única, me sentí especial entre tus brazos. Bebí con mis ojos tus labios, no pude resistirme a tu hermosa garganta, cerré los ojos al sentir tu piel bajo mis dedos... Los hombros altos, fuertes, la perfecta forma del pecho y el abdomen. Seguí bajando, jugué con mis dedos, y sonreí al escuchar el apenas perceptible suspiro q soltaste, pero fue mas q suficiente para mi, y enredé mis piernas entre las tuyas, ágiles como nunca las vi. Antes de cerrar los ojos ya estabas sobre mi, aprisionando mis muñecas, tus manos suaves y cuidadosas. Mi espalda se curvó, solo al sentir tu boca sobre mis pechos, solo al sentir el frío contacto de tu lengua sobre mi piel. Puedo alargar la mano, puedo acariciar tus alas... no eran traslúcidas como espere, pero tampoco tangibles. Un sueño, todo parecía un sueño, y tus labios seguían bajando, seguían robando el aire de mis pulmones sin tocarlos. Te detuve con la mano, me miraste, me sentiste, por un momento... me quisiste. Y tu boca volvió a la mía, y tu pecho frente al mío, nuestras caderas una contra la otra, nuestros pies jugueteando. Me rodeaste con tus brazos, me sentí pequeña en ellos, pero también amada, cerré los ojos, mordí mi labio, acaricie tu espalda gélida y fuerte. ¿Recuerdas aquello que te susurré? Fue justo antes de echarme a llorar en tu imperturbable pecho...
-Ámame.
Esperaba q respiraras, q tus labios siguieran cerrados sobre mi cabello, enterrado tu rostro, pero lo levantaste, y aquello que dijiste fue peor que cualquier cosa, cualquier silencio, cualquier palabra...
La joven miró con decisión a la mujer q tenia en frente y apretó en gatillo. O al menos... lo intentó. La palanca se resistía, estaba demasiado dura y no tenia suficiente fuerza.
-Maldita sea...-murmuró.
-Cada vez q aprieto el gatillo, pienso en si la vida q estoy a punto de arrebatar, verdaderamente merece la pena.
Una lágrima resbaló por la mejilla de la chica, pero aguantó el llanto y borbotó algo:
-¡¡Tú mataste a mi padre!!
Se veía el dolor en el rostro de la mujer, q no apartaba los ojos de la joven armada.
-Si eso es lo q piensas-le respondió-, adelante, mátame.
Se adelantó para posicionar el cañon sobre su pecho y poniendo el dedo en el gatillo sobre el de la chica, disparó la pistola. Sonó un ruido sordo, ahogado por la tela, y finalmente la chica rompió a llorar en el hombro de la mujer.
-Lo siento...
-No existen excusas para matar, ni siquiera cuando es tu propia vida la q peligra. Nunca... quieras llevar el peso de una muerte sobre ti.
El arma estaba vacía, la chica confundida, y la mujer recordaba con dolor cuando, hace tiempo, fue ella la q lanzó una bala con todas sus fuerzas y se arrepintió en décimas de segundos después, sabiendo q no había vuelta atrás.
Yo tenía los ojos cerrados, no sé porqué, pero lo hice. Estábamos los dos bajo las estrellas, tu respiración frente a la mía, mis piernas entre las tuyas, envuelta en tu cálido abrazo. Sabía que me contemplabas en aquella oscuridad iluminada, pero no tenía fuerzas para romper el hechizo, ni quería. Solo allí, los dos juntos, podía pensar en tu aroma que tanto me había hecho soñar y en tus labios que tanto me habían hecho suspirar. Solo allí, contigo, podía olvidar las preocupaciones momentáneas. Sentí tu mejilla contra la mía, tus cabellos rozando mi cuello, me estreché más, intentando desaparecer, anhelando ser parte de aquel corazón latente que te hacía temblar irresistiblemente en un instante. Desaparecer... desaparecer... Sí, eso es lo que quería, dejar de existir, llevarte lejos, a algún lugar donde solo nosotros, y las estrellas, fueran testigos del pecado que cometo cada vez que digo que te quiero, de mis lascivos pensamientos cuando juego con tus dedos, de las profanaciones a las que me llama tu cuello...