Encogida en un rincón, con el rostro surcado de lágrimas, los ojos hinchados y las manos temblando. Los tres me observan, triunfantes. Uno de ellos se fue, despacio, pero con una sonrisa. A otro se lo llevaron, y de buena gana marchó, sin mirar atrás. Sólo queda uno, imponente, alegre.
-Fuiste el primero.
-Y seré el último.
-¿Por qué?
La voz se atasca en mi garganta, apenas logra salir, solo un susurro ahogado que desaparece en la oscuridad que me rodea.
-Porque eres mía.
Lo veo acercarse, pegar su rostro al mío, acariciar mis ojos con su mirada, saber que no puedo evitarlo, y aún así intentarlo. Sus labios rozan peligrosos los míos, su mano sujeta suave bajo mi cara, y solo puedo pensar una cosa: ¿por qué se marcharon? ¿Por qué me han dejado sola, con él, sin apenas voluntad y bajo sus preciosos ojos?
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